Resonancia magnética y médula ósea
El estudio de la patología de la médula ósea a través de la resonancia nuclear magnética está rodeado de algunas trampas y de cierto desconocimiento sobre qué es lo que se puede diagnosticar o caracterizar mediante este método y cuáles son las áreas en la que el aporte del estudio es dudoso, o requiere, al menos, de la obtención de exámenes complementarios. Todo esto ocurre, en parte, porque era dificultoso ver como se comportaba la médula ósea en resonancia en los inicios del método y con las secuencias entonces disponibles, hecho que se extendió a lo largo del tiempo, sin justificaciones válidas, dado el avance en los tipos de secuencias y en su caracterización sobre las distintas lesiones de la médula ósea. En la actualidad, los resonadores – inclusive los de bajo campo – cuentan con secuencias capaces de diagnosticar con sufieciencia muchas lesiones; en la mayoría de los casos, es la comparación o superposición de todas las secuencias obtenidas los que nos ayuda a arribar o aproximar un diagnóstico y sus diferenciales.
El estudio de las fracturas está revestido de este desconocimiento y de ciertas creencias que ya han sido refutadas. Se suponía que la resonancia magnética no era capaz de visualizar los trazos de fractura y, por ende, que no era capaz de diagnosticarlos. Sabemos, en cambio, que la resonancia es capaz, no sólo de ver los trazos de fractura, sino de ver además el edema óseo asociado y su extensión, así como también de descubrir pequeños trazos fracturarios invisibles por otros métodos. De hecho, algunas veces, fracturas que no pueden ser vistas en las placas radiográficas y que podrían pasar desapercibidas en una tomografía para un ojo no avezado, son claramente visibles en estudios de resonancia. En el ejemplo vemos como es claro el trazo de fractura en la resonancia magnética,en secuencia GRE, tratándose inclusive de un equipo abierto, cosa que no ocurre en la tomografía computada, donde, si no estamos acostumbrados a ver y si no tenemos los planos adecuados de corte y las reconstrucciones multiplanares, el trazo pasará desapercibido. Aunque no contamos con la radiografía convencional, podemos suponer que la fractura no sería visible con esta metodología. Concluimos, entonces, que la resonancia si es capaz de ver los trazos de fractura, inclusive mejor que las tomografía en algunos casos. De hecho, algunos traumatólogos experimentados que conocen esto, suelen pedir directamente una resonancia para hacer el diagnóstico, hecho por el cual es deber del radiólogo ocuparse de descubrir o descartar la patología sospechada.
El caso de las fracturas incompletas y las fracturas por estrés es aún más claro, dado que el método por excelencia para su diagnóstico es la resonancia (sin olvidar tampoco a la gamagrafía ósea). Por qué, nos preguntamos entonces, un método que es capaz de diagnosticar sutiles trazos de fractura incompleta y de ver el edema óseo asociado, no sería capaz de poner de manifiesto trazos completos. Es más evidente, de este modo, que no hay evidencia para pensar que la resonancia magnética no es capaz de ver trazos de fractura.
No sólo se cree que las fracturas no pueden diagnosticarse por RMN, sino que ocurre algo similar con algunos tumores óseos, tanto benignos como malignos, respecto de que no pueden ser adecuadamente caracterizados por este medio. Numerosos tumores óseos, desde los defectos fibrosos corticales hasta los osteosarcomas, pasando en el medio por los osteomas osteoides, han sido descriptos y caracterizados por resonancia magnética, de modo que no es necesario complementar con otros métodos el diagnóstico. Las reacciones corticales en triángulo de Codman o en sol naciente pueden ser claramente identificadas también. Del mismo modo, puede valorarse la extensión del tumor en la médula ósea con mayor exactitud. En las imágenes vemos un osteoma osteoide por resonancia magnética en el que puede incluso identificarse el «nido».
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